domingo, 16 de julio de 2017

Motín a bordo

El pasado año no tuvimos vacaciones. Al menos en el sentido de "escapada familiar a algún lugar perdido del mapa para recargar pilas". Estuvimos pendientes todo el verano de la salida de Pablo a Estados Unidos y se pasó la oportunidad. Por eso este año adelantamos la escapada en previsión de que se repitiera la jugada con Samuel. Y en los primeros días de Julio nos hemos perdido en un recóndito pueblo del Pirineo Francés, camino de casa de la bisabuela. Tan sólo las vacas, los caballos salvajes y los lagos pirenaicos han sido testigos de nuestra aventura.
Para nosotros son momentos mágicos en que pasamos las veinticuatro horas del día juntos. En que nos reencontramos. En que nos adaptamos a los cambios provocados por el paso del tiempo. En que hablamos de lo importante y no sólo de lo urgente, de lo trascendente y no sólo de lo logístico, de lo divino y no sólo de lo humano. Son momentos para asimilar que la prole crece y dejan de ser niños. Son momentos de abrazos pero también de confrontación. Sí, también de discusión, e incluso de bronca. Tantas horas juntos, en situaciones de notable cansancio subiendo y bajando cimas, provocan inexorablemente roces. Casi diría que es una parte fundamental de esta experiencia familiar donde no hay tele, apenas móvil, y donde nosotros, como "piña", somos casi el único estímulo del momento presente. Pero este año venía "cargadito" con esto último. Los mayores ya han experimentado o están iniciando sus primeras experiencias de independencia. Y se nota. Y la pequeña se encuentra inmersa en una titánica batalla por hacerse mayor sin renunciar a ser niña. Y también se nota. Y todo ello provoca un cóctel explosivo que saltó por los aires hace dos días.
Las caras largas en plena ascensión preparaban el terreno. Las palabras gruesas, los reproches directos y las quejas abiertas acabaron de confirmar el motín a bordo. Sentían que nuestra "ansiada semana de escapada familiar" quizás no era tan "ansiada" por ellos, al menos en este formato. Quizás a otros lugares. Quizás con otros enfoques. Quizás con otras gentes. Quizás con menos esfuerzo físico. Quizás con otro presupuesto. Lo cierto es que los grumetes se habían armado de argumentos hasta los dientes y no estaban dispuestos a rendirse fácilmente. El envite fue tal que hubo que parar la caminata y centrar las energías en el desafío.
Tras el fuego cruzado de artillería pesada, y afortunadamente sin víctimas que lamentar, las aguas volvieron a su cauce. Siempre vuelve la calma tras la tormenta. Pasó un largo rato hasta que las energías se volvieron a equilibrar y el ambiente se distendió de nuevo, aflorando las primeras bromas del día. Ayudó mucho la belleza de un paisaje inigualable. La marinería anunciaba que quizás no valía la pena quejarse, porque al final surgía la confrontación y no servía para cambiar nada realmente. Pero lo cierto es que reconocieron que habían abierto la boca sin ser conscientes de la cantidad de cuestiones implicadas en unas vacaciones como éstas. Prometimos darles el timón de la próxima escapada y un presupuesto máximo para que pudieran hacer magia más a su medida. Y ellos prometieron no callarse el malestar, aunque controlando las formas, no sólo para evitar que los malestares puedan crecer como las "bolas de nieve", sino porque el contraste de pareceres es precisamente el método adecuado para alcanzar una posición equilibrada. También se conjuraron para pasar del "yo" al "nosotros", como única forma de hacerse "Uno" con lo que nos rodea y con quienes nos rodean. Pero sobre todo, decidieron apostar por una actitud más agradecida con una Vida que les está regalando tantas oportunidades, tanta belleza y conocimientos que disfrutar, tanta gente increíble a la que conocer, tanto mundo por recorrer...
A veces los motines a bordo son necesarios. Incluso a veces, si no surgen, hay casi que provocarlos. Quienes nos vean como una "happy family" por lo que escribimos a veces, deberían vernos en plena faena en uno de esos motines. Pero es cierto que vale la pena pasar la tempestad para afianzar las velas. El barco no se ha hundido. Seguimos nuestro rumbo.

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1 comentario:

Patricia dijo...

Que bueno tener tiempo para compartir Lo importante, lo trascendente y lo divino...y comprobar que los hijos se van haciendo mayores y van tomando el timón de sus vidas, marcando su propio rumbo, tal y como les habéis ido enseñando estos años.
También la confrontación forma parte de la vida. Abordarla y superarla nos hace "crecer" y madurar.