martes, 1 de noviembre de 2016

Zonas de confort

Me encanta la gente valiente. Los hay de muchos tipos. Pero los que más me gustan son los de primera división: aquéllos que se miran al espejo y se hacen las preguntas que dan más miedo. ¿Quién soy realmente? ¿Qué quiero hacer de ahora en adelante? ¿Y si cambio de vida? Son los que hacen del "hoy" el primer día de una nueva vida. Y eso exige unas agallas que no muchos tienen. Es más fácil seguir con las vacaciones de siempre, con los amigos de siempre, haciendo lo de siempre, trabajando en lo de siempre, y votando a los de siempre. Mejor bueno conocido..., aunque sea malo y aburrido. "Lo de siempre" nos da una sensación de seguridad que resulta adictiva y adormecedora. Y hace de la vida un mero tránsito, sin pena ni gloria. Pero como "lo de siempre" lo hace "casi todo el mundo", ¿quién tiene narices de lanzarse a esa vacío de lo desconocido, por muy prometedor que resulte? En nuestra zona de confort se está tan calentito...
Marimar es de esa gente valiente. La conocimos hace unas pocas semanas. Cuando nos contactó para pasar unos días en casa, nos venía fatal. Y no porque fuera totalmente desconocida, como otros que han pasado por casa. Sino porque tras muchos meses, habíamos previsto un fin de semana romántico y de relax. No apetecía romper un plan que llevábamos semanas anhelando. Pero decidimos decirle que sí desde el jueves, y reservarnos un día para nosotros. E hicimos muy bien. Nos salimos de nuestra zona de confort para ese fin de semana, y pudimos disfrutar de la escapada de la suya.
Era la primera vez que había hecho algo así. Sus hijas ya son mayores, se han independizado y viven en Andorra y Reino Unido. Tiene su trabajo, su círculo de amistades y sus vacaciones normales y organizadas, como siempre. ¿Qué es lo que hizo que Marimar decidiera de repente, tras tantos años, salir de su zona de confort? ¿Qué la llevó a coger sus bártulos e irse sola a la Sierra de las Nieves a vivir una experiencia de workaway a clasificar semillas y plantar en huertos?  ¿Qué la llevó a conocer de primera mano nuestra Casa de Acogida de Alozaina? ¿Y qué la animó a irse a la otra punta de la provincia a meterse en casa de unos completos desconocidos, como nosotros? Quizás ni ella misma sepa el por qué. Pero lo cierto es que decidió hacer caso a esa vocecita que, el que más o el que menos, siempre ha escuchado. ¿Y si...? ¿Y si...?
La adoptamos en casa, y se hizo parte de la familia. Se sentía sorprendida de ser una más en nuestro hogar, y no paraba de mostrarnos su gratitud. Incluso insistió en invitarnos a cenar un día. No hacía falta, pero aceptamos. El dar y la gratitud es lo que tienen: que acaban afianzando los lazos con muestras de cariño como esa. Y las 48 horas que compartimos dieron para mucho. Para afianzar una amistad que quizás dure para siempre. Para planificar alguna visita que seguro que haremos a Vitoria. E incluso para derramar alguna lagrimilla cuando nos despedíamos en Málaga. Son los premios de la vida cuando hacemos añicos las dichosas zonas de confort.


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