miércoles, 24 de febrero de 2016

Ojos de niño

Tras el susto inicial, y la primera y segunda operación, esta nueva etapa me parecía una oportunidad  para "sacar nota" y seguir aprendiendo por el camino. Comenté el hallazgo sobre la visión 3D con mi amiga Alicia. Años atrás ella había diagnosticado y trabajado con mi segundo hijo en una hipersensibilidad auditiva. De no habernos topado con ella, todos apostaban que sería un niño de fracaso escolar. Trabajó con él con ejercicios físicos muy sencillos, oyendo unos CDs que corregían su distorsionada audiometría y sin medicación alguna. Se trataba de corregir algunas gamas de sonidos que le saturaban y otras que no llegaba a escuchar. En tres meses se había obrado el milagro. Nuestros amigos no se lo creían. Incluso sus hábitos alimenticios habían mejorado . Hoy es un estudiante brillante y toca el piano maravillosamente. Varios amigos y conocidos han llevado a sus hijos con Alicia en casos de déficits de atención, autismos y problemas sensoriales diversos. Los resultados habían sido sorprendentes. Aunque yo no fuera un niño, quizás ella podría orientarme respecto a mi ojo.
Le expuse mi trayectoria ocular a Alicia por e-mail, y aunque era pleno verano y ella se iba de vacaciones, nos las “apañamos” para vernos un domingo en Madrid. Me transmitió que mi caso era “de los que crean escuela”. Ella no es experta en optometría, pero conoce perfectamente el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso. Me aconsejó trabajar las conexiones neuronales sobre las que posteriormente podría construir el optomestrista. Nada de medicación. Tan sólo ejercicios infantiles. Y tanto. Si no fuera por el milagro que había visto en mi hijo, quizás no le habría hecho ni caso. Lo digo porque se trataba de hacer ejercicios en un columpio, succiones con un “chupete” gigante, y ejercicios de rodamientos y giros en el suelo. Cualquiera que me hubiera visto, se habría desternillado de risa. Pero en el fondo se trataba de estimular partes y reflejos de mi cerebro que no se habían activado correctamente en su momento, a edades muy tempranas.
Ese "hacerme niño" de nuevo trajo sorpresas. En menos de un mes, y durante uno de mis ejercicios de estimulación neurológica en el columpio que instalamos en el sótano de casa, empezó a aparecer casi inesperadamente (si no fuera por mis ganas) una segunda imagen en mi visión. Me resultó muy extraño. En el momento en que fijaba la mirada en un objeto y me concentraba, veía junto a la imagen habitual una segunda imagen en la parte superior derecha de mi campo de visión. Entendía que ése era el indicio que necesitaba. Mi cerebro empezaba a gestionar la información de los dos ojos por primera vez en mi vida.
Empecé a indagar a la busca y captura de un optometrista de la reciente tendencia de Susan Berry. No fue tarea fácil. Pero localicé una línea de trabajo denominada Terapia Comportamental, y localicé a Salvador, un joven optometrista que había renunciado a una carrera de éxito en Madrid y Barcelona para atender consultas en su pueblo, Andújar. Para allá que nos fuimos. No creo que fueran muchos adultos a esa consulta, donde todo eran "cacharros" para jugar y estimular el cerebro a través de la visión. Disfruté de lo lindo, y su diagnóstico fue claro. Mi ojo estaba muy "tocado" físicamente tanto por su enorme miopía, como por las dos operaciones. Pero a nivel neurológico, la respuesta cerebral era sorprendentemente buena y alentadora. Sin embargo, mi estrabismo vertical, muy inusual, le impedía ponerse a trabajar conmigo desde ese momento. Era el primer problema a abordar y él carecía del aparato adecuado para ello. Me remitió a Mª Jesús, en Navarra, probablemente una de las mejores optometristas de España, con una enorme reputación tras sus estudios en Estados Unidos. El viaje era interminable desde Málaga, pero tampoco debía dejar pasar este tren.
Ambos especialistas se pusieron en contacto, y el interés médico de mi caso aceleró mi cita con ella, a pesar de las largas listas de espera. No he visto nunca una profesional de ese calibre. Impresionante cómo conocía los secretos más escondidos de la respuesta ocular, y cómo aplicaba las más variadas técnicas para estimula mi cerebro: cordón de Brock, prisma de Fresnel, sacádicos, cartas de Hart, flippers, ...Términos que hasta entonces me sonaban a "chino" empezaron a ser habituales para mí. Me tuve que "poner las pilas" en el aprendizaje de la jerga médica y en el estudio de mi cerebro. Y con gusto me dejé usar como "conejillo de Indias" ante sus estudiantes en prácticas, alucinados con mi caso.
Recuerdo especialmente un momento mágico para mí. A través del sinoptóforo, se ofrecía a cada ojo una imagen diferente pero complementaria de la otra, y mediante unas palancas, cada imagen hacía trabajar a cada ojo por separado con la intención de corregir el estrabismo. Fueron horas extenuantes donde notaba, incluso físicamente, la zona del cerebro que estaba trabajando en cada momento. De repente, Mª Jesús levantó las manos de las palancas, y aunque las dos imágenes se encontraban alejadas una de la otra, percibí con toda nitidez cómo mi cerebro las acercaba lentamente hasta fusionarlas. ¡Se me saltaban las lágrimas de la emoción! Imposible visualizar de una forma más clara, evidente y científica el potencial que atesoramos en nuestro interior.
Viendo mi motivación, y dada la lejanía, se decidió que era imposible acudir semanalmente a terapia, como era lo habitual. Así que me pusieron unos deberes intensísimos para trabajar en casa. Puse todo mi empeño en ellos. Eso incluía más de una hora diaria con todo tipo de dispositivos y ejercicios que me habían prestado. La progresión y los resultados durante esas semanas fueron tan insólitos, que en una de las revisiones con mi cirujano, se sorprendió del enorme avance de mi agudeza visual de una revisión a otra. Le dije que probablemente se debía a la terapia visual que él me había desaconsejado pocas semanas antes. Ahí descubrí que los oftalmólogos y los optometristas se llevan a veces tan regular como los traumatólogos y los fisioterapeutas. Si te rompes una pierna, el primero te rehace el hueso. Pero nunca está de más que el segundo te ayude a restablecer la funcionalidad. Con esto pasaba lo mismo. Pero mejor era atribuirlo a un despertar espontáneo del cerebro o a la casualidad. Yo me reía por dentro. Le debía mucho a ese cirujano.
Tras dos o tres visitas a Navarra, mi avance rozaba lo prodigioso. Pero el coste económico y en tiempo era inasumible para nosotros. Así que me lancé al triple salto mortal. Le propuse a Mª Jesús si estaría dispuesta a dirigir mi terapia a distancia, en el caso de que yo fuera capaz de localizar un sinoptóforo cerca de casa. Creo que asintió pensando que mi atrevimiento resultaba utópico, dados los pocos aparatos que existen en España. Al día siguiente estaba escribiéndole a las principales universidades andaluzas con departamento de óptica. Mi motivación y convicción me abrieron las puertas de la de Granada, cuyo Director de Departamento me derivaba a la profesora del área de terapia. A la semana siguiente nos veíamos en persona.
El encuentro no resultó como me lo imaginé. Mª Angustias me transmitió sus reticencias respecto a lo que le planteaba. Ella era de la corriente de los períodos críticos, y no pensaba que superados los 3 años de edad se pudieran hacer progresos encaminados a la visión 3D. Además existía el peligro de la diplopia (ver doble). Pero mi determinación la acabaron de convencer. El viernes siguiente iniciaba sesión en Granada, a tan sólo una hora de casa, bajo su batuta y como "cobaya" para Clara, una de las alumnas de su máster de Optometría.
Los meses siguientes fueron agotadores, con esta tarea añadida a las que ya tenía como padre, funcionario y algunas cosas más. Durante la semana ejercitándome en casa con los ejercicios que me ponían en Granada, coordinados desde Navarra, y cada viernes a los mandos del sinoptóforo granadino.
Clara obtuvo un sobresaliente con su trabajo de máster. Ella, Mª Angustias y yo nos hicimos amigos, e incluso hemos seguido colaborando en cuestiones de voluntariado. Mi ojo "malo" tiene una agudeza visual impensable aquel día que estuve a punto de perderlo. Si algo le pasara a mi otro ojo, ya con éste podría incluso conducir sin problema. Simplemente milagroso. La terapia ya se ha hecho innecesaria. Quizás debería seguir practicando de vez en cuando, pero para aspirar a una visión 3D completa habría que entrar en quirófano de nuevo, y mi ojo no está para muchos "tutes".
Un serio problema de salud, una pequeña gran crisis en mi vida, se había convertido en el mejor camino para el crecimiento personal y para pasar a una nueva dimensión en mi vida. Mejorar la visión de mi ojo trascendía lo meramente físico y me animaba a abrir los ojos en otras partes cruciales de la vida. Me había dado cuenta que cada día que pasa, sea como sea, somos capaces de encontrarnos mejor, o de que nuestros problemas desaparezcan. Descubrí que podemos ser capaces de re-aprender y descubrir cosas sorprendentes de nosotros mismos. De que en los sustos grandes de la vida uno puede adoptar una actitud miedosa, retraída y victimista ante el problema en ciernes, o puede verlo como una enseñanza, como una oportunidad, o como una ocasión para el combate. Que no existe la casualidad, tan sólo la caUsalidad, y que las cosas no suceden porque sí, sino que tienen un hilo que nosotros desarrollamos sin darnos cuenta, a través de la energía que nos rodea. He descubierto que dar gracias sinceras, y sin buscar una contraprestación es una forma magnífica de sintonizar con la Vida, y con todo lo que nos rodea. También he aprendido que cuanto más buscamos de forma activa algo, más nos suele rehuir: el desapego crea un estado energético muy favorable para la consecución de nuestros logros. He descubierto también que en el ámbito de la Medicina, como en otros muchos, el conformismo con la línea imperante suele ser el peor consejero: a veces pasan oportunidades por nuestra vida que debemos ser capaces de identificar y aprovechar. Y durante ese año y medio  volví a hacerme "niño" y a re-aprender lo que es aquí y allí, cerca y lejos... buen momento de re-aprender el resto de lecciones de la vida. Y como mi objetivo no era conseguir una visión 3D o binocular, sino aprender y disfrutar durante el camino, ahí sigo. Y el camino continúa, continúa y continúa.

jueves, 18 de febrero de 2016

La salud y la convicción

Cuando nos aconsejaron la segunda operación, tratamos de retrasarla. Ya habían pasado los momentos iniciales de desconcierto. Habíamos superado la etapa del fuerte dolor tras la primera operación. Sin embargo, había que pedir prestado a amigos y parientes el dinero para afrontar esa intervención quirúrgica. Era una operación aún más complicada que la primera, y su coste sería mayor, sin duda. Pero nos encontramos enfrente un cómplice de nuestro karma/dharma, en forma de cirujano. Sin saber cómo ni por qué, transmitió internamente la orden de que esa intervención era tan sólo para extraer el aceite de silicona de mi ojo. Ésa es una intervención con un coste de menos del 10%. Y su duración es apenas de 20 minutos, frente a las 3 horas que duró realmente la mía. Ningún asistente ni administrativo preguntó ni dudó. Ni antes, ni durante, ni después. Debían ser también cómplices. Y no sería la primera vez que actuaban así con un paciente por pura solidaridad, empatía u orgullo profesional.
Tras esa segunda intervención quirúrgica sí salí como nuevo. Con hambre, y con ganas de “tirar para adelante”. Parecía que todo había pasado para mí. CaUsalmente la extirpación de mi cristalino no sólo no había mermado mi capacidad visual, sino que la había potenciado hasta límites que nunca había conocido. Los especialistas ya habían hecho números antes de meterme en quirófano. Mis 18 dioptrías de miopía de toda la vida más las 2 que generaba el anillo de silicona de mi primera intervención sumaban caUsalmente las 20 dioptrías a las que equivale un cristalino. Es decir, que una situación tan traumática como la que me había llevado a enfrentarme a dos operaciones graves, caUsalmente había derivado en que por primera vez en mi vida podía ver perfectamente con ese ojo izquierdo, sin ni siquiera una lente intraocular para sustituir mi cristalino. ¡Alucinante!
Y alucinado seguí, dando gracias por mi suerte. Irradiaba felicidad, porque la vida me había dado una enorme oportunidad en forma de grave crisis que podía haberme dejado sin vista. Y de los peores augurios, todo había derivado en un resultado tan inesperado como maravilloso para mí.
En las semanas siguientes tuve ocasión de transmitir mi ilusión y experiencia de todo lo sucedido a personas de mi entorno que estaban padeciendo graves dificultades oculares. Me pasaba como a las embarazadas, que sólo ven embarazadas por todos lados. Yo no paraba de "toparme" con gente con problemas en sus ojos. Todos ellos pudieron reenfocar sus tratamientos, de una forma u otra, tras mi propia experiencia: el profesor de bellas artes,  el marido de una antigua profesora de mis niños, el de una antigua compañera...Todos ellos casos muy traumáticos, y que probablemente no habrían tenido salida en Málaga, pero que lograron ser encauzados...¡Qué alegría ver recuperarse a otros en base a la experiencia que yo mismo había vivido! Sobre todo porque más allá del milagro quirúrgico que yo había experimentado en Barcelona, me di cuenta que la salud tiene mucho que ver con la decisión que uno ponga en encontrar las vías para curarse. Y la propia enfermedad merma esa autoestima y esa energía para dirigir con decisión los siguientes pasos. Te lleva a encerrarte en ti. A agachar la cabeza. A bajar los brazos. Por eso a estas personas les vino muy bien nuestra euforia y convicción.
Pero aquí no acababa todo. Tampoco mi capacidad de sorpresa. Tras la segunda operación en Mayo de 2011, y tras unas semanas de recuperación ocular, volví al trabajo. Quizás por primera vez en mi vida, tras tantas semanas de baja laboral obligada, había conseguido desconectar totalmente de mis obligaciones en la oficina. No me sentí culpable ni me preocupé de cómo podría ir todo en mi ausencia. Desapego total del trabajo y de mis "obligaciones". Curiosamente nada más aterrizar de nuevo en la oficina, iniciaba un proyecto que en apenas unas semanas me reportaría un enorme reconocimiento profesional. Del desapego laboral absoluto al máximo reconocimiento. ¡Yo que toda la vida había estado buscando ese reconocimiento de forma proactiva! ¡Qué de enseñanzas me deparaba todo este proceso!
En junio, en un encuentro familiar, la mujer de mi primo mencionó un documental de Punset (Redes) en el que parecía tratarse la cuestión de la visión estereoscópica o binocular. “Ver en estéreo” se titulaba. ¿Sería esa conversación una nueva pista a seguir o un nuevo tren que no debía dejar pasar? Así lo entendí yo. Localicé en Internet el documental y me resultó más que asombroso. Hasta hace muy pocos años, las tendencias imperantes en la neurología afirmaban que si no se tenía visión estereoscópica a los 3 años, no se podría tener en la vida. La teoría de los "períodos críticos", la llaman. El caso de la neuróloga Susan Berry parecía desmentirlo. Y para una persona que nunca había visto en 3D, esa parecía ser una de las experiencias más increíbles por experimentar. Ahí debía estar yo para intentarlo también. No podía dejar pasar esta nueva llamada de la Vida.
La visión estereoscópica se basa en que cada uno de nuestros dos ojos envía una información al cerebro. En el caso de dos ojos sanos, esa información es idéntica pero separada por los escasos milímetros de la nariz. Y el cerebro construye el efecto “profundidad” con esas dos imágenes casi idénticas. Pero cuando esas dos imágenes son muy diferentes, porque uno de los ojos (o los dos) falla en algo, el cerebro anula una de las imágenes (normalmente la peor). Eso era lo que me había sucedido a mí durante toda mi vida. Y paradógicamente lo que me seguía sucediendo tras la segunda operación. Y ello a pesar de que ese ojo “resucitado” se había quedado casi a cero de miopía, y potencialmente veía mejor que con el derecho. Teóricamente podía ver perfectamente, pero el cerebro no procesaba esa información, porque toda la vida había estado procesando la del derecho. El ojo estaba curado, pero funcionalmente aún no servía. Era un coche puesto a punto, pero aún no tenía conductor. ¿Quizás había que buscarle uno? No me iba a quedar con la duda. (CONTINUARÁ)

jueves, 11 de febrero de 2016

El dolor del clavo

El 3 de Marzo de 2011 fue muy extraño. Tras los intensos días de preocupación vividos, íbamos preparados para el peor de los diagnósticos. Habíamos sondeado a familiares y amigos y sabíamos que estaríamos en las mejores manos allí en Barcelona. Pero nos esperábamos lo peor, incluida la aplicación de láser de urgencia. La multitud de pruebas y profesionales en un entorno tan sofisticado y tecnológico dio paso a la conclusión de que, efectivamente tenía algo de degeneración pigmentaria. Pero que ello era relativamente habitual en unos ojos tan dañados como los míos. Me desaconsejaban el láser: 30 ó 40 impactos podrían solventar el problema en el corto plazo, pero lo agrandaría en el medio y largo. Y la sorpresa: a pesar de mi gran miopía en el ojo izquierdo, su agudeza visual podía permitir una operación para una lente intraocular en un futuro, lo que me podría permitir recuperar buena parte de la visión en ese ojo.
Salimos exultantes. Del peor de los diagnósticos habíamos pasado casi al mejor. De pensar en quedarme casi ciego con el tema de la degeneración pigmentaria, pasaba a plantearme la recuperación de ese ojo izquierdo. Empezaba a entender la frase: “Cada día que pasa, sea como sea, me encuentro mejor, o mi problema desaparece”. Y no paraba de repetirme internamente: “¡Claro!. “Sea como sea”. Sin el susto del primer diagnóstico, nunca habría venido a Barcelona, para una oportunidad como ésta de recuperar mi ojo izquierdo”. Los cuentos de la lechera empezaron a fluir por mi cabeza….Efectivamente, ese “sea como sea” actuaba. ¡Y de qué manera! Pero no como yo me imaginaba.
Durante 4 semanas disfruté de la ilusión por un ojo nuevo como un niño en la mañana de Reyes. Encargué una lente nueva de contacto para probar si mi cerebro toleraría bien una segunda imagen, e hice todos los preparativos que mi nuevo “destino ocular” parecía marcarme. ¡Qué alejado estaba de lo que vendría después!
El 6 de Abril, de forma abrupta, empecé a ver gusanitos negros y bolitas por ese ojo izquierdo. Eran muchas más de las habituales. No quise alarmarme. Pero al día siguiente, jueves, en pleno concierto de mi hijo en el conservatorio, noté cómo se oscurecía totalmente casi una cuarta parte de la visión del ojo izquierdo. Tocaba alarmarse. El hecho de que mi suegro estuviera recién aterrizado de Francia, y que por lo tanto pudiéramos dejarles a cargo a mis tres "fierecillas", me hizo volver a caer en la cuenta del “sea como sea”…
Acudimos a las únicas Urgencias Oftalmológicas de Málaga a las 9 de la noche con el miedo en el cuerpo. El diagnóstico lo confirmaba: desgarro de retina. La médico de guardia trataba de tranquilizar: acudiendo de nuevo al día siguiente a primera hora de la mañana, me aplicarían láser y el punto de desgarro quedaría rehecho. Desde que salimos a las 10:30 hasta la 1 de la mañana la indecisión fue enorme. ¿Qué hacer? ¿Aceptar el diagnóstico de urgencias o acudir a Barcelona de nuevo? ¿No sería “matar moscas a cañonazos” acudir de nuevo a Barcelona, con un alto coste en vuelo y desplazamiento pudiendo ir al día siguiente al láser de Málaga sin más? Y los niños con un “tinglado” de los suyos organizada para ese mismo viernes...Uffff...
Tanto mi mujer como yo sabíamos que esa decisión de justo ese momento podía ser crucial...Y cada uno pusimos nuestra parte de intuición en práctica. Yo, decidiendo rechazar el láser de Málaga y optando por ir a Barcelona. Y ella decidiendo que en ese caso no me dejaría ir solo. Ambas intuiciones resultaron cruciales después.
Reservamos vuelo y cita para Barcelona a las 2 de la mañana, y a las 7 estábamos ya de camino, mientras mis suegros se quedaban al mando en casa con los 3 niños. A las 9:30 se confirmaban nuestros temores: no era un mero desgarro subsanable con láser; era un desprendimiento de retina y vítreo en toda regla, que requería de una intervención quirúrgica y urgente.
A las 2 y media de la tarde me ingresaban en el quirófano, con cada vez menos ángulos de luz en mi ojo, y con la convicción de que lo que venía no iba a ser ninguna broma, ni por el coste económico, ni por las repercusiones médicas. Pero me sentía en las mejores manos. Y eso me dio una extraña tranquilidad en esas circunstancias de desasosiego, que especialmente notaba mi mujer. A las 18h salí del quirófano. Según nos dijo después el cirujano, había tenido que “sudar la camiseta” de lo lindo. Si no hubiera sido por su experiencia, por su pericia, y por estar considerado como uno de los 3 ó 4 mejores retinólogos del mundo, probablemente habría perdido el ojo ese mismo día. Durante la intervención, se quedó con mi retina en sus manos, y se generó una hemorragia masiva en el ojo que le obligó a cambiar de estrategia varias ocasiones en la misma intervención. Finalmente consiguió estabilizar mi retina con un anillo de silicona, cambiaron el gas perfluoroctano por aceite de silicona (cuya densidad, al menos, me permitía volver a casa en avión) y limpiaron mi hemorragia como pudieron.
Aparentemente todo se había solucionado. Aparentemente. Pero ni la cercanía de las revisiones planificadas, ni el estado de mi ojo en carne viva, ni mis extremos dolores de las 2 semanas siguientes presagiaban que la historia hubiera llegado a su final. La hemorragia presionaba contra el nervio escleral, y el dolor más insoportable que jamás había sentido se apoderó de mis dos semanas siguientes. En más de una ocasión no pude reprimir las lágrimas en esos eternos días que se sucedieron. Al dolor físico se unió el emocional, como cuando mi hija me recibió entre lloros al volver de Barcelona y descubrir el deplorable estado que presentaba mi ojo en carne viva, y a su padre “zombi perdido”. El llamado “dolor del clavo” me sacudió de lo lindo, y ni los más fuertes analgésicos que me habían sido recetados, pudieron hacer nada por mitigarlo. A más de una visita que vino a interesarse por mí, tuve de dejarla con la palabra en la boca esos días, ya que era incapaz de seguir el hilo de las conversaciones. La medicación recetada para que la hemorragia se diluyera tampoco ayudó mucho a reconducir mi malestar: todo mi sistema digestivo y la asimilación de líquidos parecieron volverse locos. Curiosamente, tan sólo las meditaciones de mi amiga Carmen me aliviaban en el duro trance de lograr dormir algo para pasar el trago. Descubrí esos días que buena parte de los productos de la “Medicina Occidental” son meros aturdidores de los síntomas, y que todos tenemos en nuestro interior las herramientas para sanarnos, prescindiendo de químicos interesados. La meditación logró lo que los químicos eran incapaces de lograr ¡Yo que siempre había sido tan racional y cientifista!
La primera revisión a los 15 días fue tan sólo un trámite para certificar que el dolor empezaba a remitir poco a poco, y que aún era preciso esperar para que la hemorragia abandonara mi ojo. La segunda revisión, dos semanas después, no resultó tan anegdótica. Yo ya me lo olía, pero no quise alarmar. La oscuridad de nuevo se había hecho fuerte en ese ojo, y ello no presagiaba nada bueno. La hemorragia había impregnado mi cristalino, y ello suponía tener un muro opaco en mi ojo, que impedía que entrase la más mínima luz. Reunión de expertos. Largos minutos de espera y de exploraciones de los más variados especialistas. Cara de miedo y desconcierto en mi amada compañera de fatigas. La propuesta de mi cirujano era contundente: de nuevo debían operarme, y a poder ser de urgencia. Había que extirpar mi cristalino. Sin esa decisión tan traumática, jamás volvería a ver la luz por ese ojo.... Y para colmo, la primera operación, tan sólo 1 mes y medio antes, nos había dejado con las arcas familiares tiritando y con alguna deuda económica pendiente. ¿Cómo afrontar de nuevo otra decisión con esa premura y condicionantes?
Ese día aprendí que, efectivamente, Dios, El Universo o la Energía Universal, escriben recto con renglones torcidos. Y que, sin saberlo, debíamos tener crédito en el Banco de la Divina Providencia. Quizás habíamos acumulado “karma positivo” o “dharma” en algún lado sin saberlo. Venían momentos decisivos para comprobarlo.
(CONTINUARÁ)

lunes, 8 de febrero de 2016

Cooperando en lo cotidiano

A veces la vida está llena de injusticias. Ante ellas podemos "cabrearnos", protestar, o bajar los brazos y rendirnos...Pero también podemos cooperar entre nosotros.
Hace unas semanas, una buena amiga de mi hijo, ante un cambio de trabajo de su padre y los consiguientes viajes que ello suponía, se veía abocada a abandonar la música. Nadie iba a poder llevarla a Málaga, tras el incumplimiento de la Junta de Andalucía (¿firmas, por favor?). No lo permitimos. Su horario coincide  en parte con el de mi hijo. Hay, pues, una plaza adjudicada para ella en nuestro coche. Sí o sí. No hay opción. Si las personas no nos ayudamos cuando la vida "achucha", ¿vamos a esperar a que un político nos resuelva la "papeleta"? ¿Cuántos niños deben abandonar sus sueños y renunciar a su talento porque para las instituciones no somos más que números, o mejor dicho, votos, en una campaña electoral?
Sin embargo no todos estamos preparados para cooperar y ayudarnos en lo cotidiano. Hace unos días, esperando a varios chavales para llevarlos a todos juntos a las clases de Málaga, observé en un coche aparcado a un par de estudiantes que debían hacer el mismo recorrido y a la misma hora, porque me sonaba su cara del conservatorio. Me acerqué para presentarme, ofrecer compartir desplazamientos e intercambiar teléfonos en caso de necesidad. Caras de rechazo y desconfianza. NO rotundo. Mejor seguir siendo unos completos desconocidos ¿Por qué ese miedo a ayudarnos? ¿Por qué nos cerramos al prójimo? ¿De verdad pensamos que sólo desde las Administraciones y desde los políticos se van a resolver nuestras dificultades?
Nuestros hijos estudian música en un pequeño conservatorio de nuestra comarca. Por una falta de eficacia al organizar el profesorado, sólo pueden hacerlo hasta los 14 años. Y con esa edad, se ven obligados a desplazarse 40 kilómetros de ida y otros 40 kilómetros de vuelta de 2 a 4 veces en semana. Muchas familias nos "cabreamos". Otras protestamos. Y gracias a ello, en mayo, logramos que la Junta de Andalucía nos hiciera caso y se extendieran en dos años los estudios musicales, para que ya con 16 años, los chavales pudieran compatibilizarlo con el bachillerato musical y desplazarse ya solos a Málaga con una edad más razonable. Pero ese compromiso lo hicieron en campaña electoral, y después no lo han cumplido. Todavía más cabreo, más protestas, y sobre todo muchas "bajadas de brazos". En concreto el 50% de los alumnos que se matricularon para seguir estudiando en la comarca este curso, tras la promesa de mayo de los políticos, se han visto obligados a abandonar sus estudios ante la imposibilidad de desplazarse a Málaga. Cristina, José Antonio, Ana, Isabel y un largo etcétera a lo largo de los años se han visto obligados a abandonar tras 6 años de estudios musicales, por la negligencia e inoperancia de nuestros políticos de la Junta de Andalucía. La razón puede ser económica para asumir esos desplazamientos. O puede ser de incompatibilidad con los horarios laborales de los padres. Pero sea cual sea la razón, sus talentos se convierten en sueños rotos. Y no podemos evitar pensar cuántos de ellos podrían haber seguido estudiando música, si las familias nos ayudáramos un poco más.
Por eso hemos pensado que es bueno seguir alzando la voz y exigiendo que se cumpla lo prometido. Y mucho más cuando es justo, necesario y sin coste. Pero en paralelo, es crucial que nos organicemos. Y por eso hemos creado un FORMULARIO para que, a quienes les coincidan días y horarios, puedan compartir desplazamientos, y nadie deba abandonar sus sueños por una pequeña falta de cooperación entre nosotros. ¿Te apetece cooperar en lo cotidiano? Ahorremos dinero, tiempo y conozcámosnos mejor. Dejemos de ser desconocidos.


jueves, 4 de febrero de 2016

Ojos que no ven

Cuando la salud falla, podemos sentirnos víctimas, o podemos observar lo que el cuerpo quiere decirnos. Reconozco que hasta hace pocos años yo fui muy ciego a lo que el mío me decía. Y nunca mejor dicho.
Desde muy pequeño, tuve un ojo vago. No sé si se debió al parto tan traumático que al parecer tuve, con fórceps y más de un hematoma cerebral incluido. Pero lo cierto es que con el ojo izquierdo apenas era capaz de atisbar luces y sombras. A fin de cuentas eran nada más y nada menos que 18 dioptrías. Sin embargo, cuando uno convive con alguna rareza, piensa que a todo el mundo le sucede lo mismo. Hacemos de nuestra realidad, la realidad universal. Y eso debí pensar yo: que todos vemos sólo con el ojo derecho. De ahí que fuera en una revisión rutinaria en el “cole”, con 4 o 5 años, cuando mi deficiencia salió a la luz. Yo no había dicho nada porque pensé que aquello era normal. Y además, para aquel entonces, ya había aprendido a sobrevivir y a manejarme con lo que tenía: un solo ojo y una visión monocular.
Eso ahora, bien superados los 40, he entendido que suponía que mis ojos no eran capaces de transmitir al cerebro la información necesaria para que éste generase el efecto “profundidad”, el famoso 3D. Y ello, sin saberlo durante toda mi vida, me ha supuesto adaptarme e interpretar mi realidad de forma algo distinta a como lo hacían los demás. ¿Cuál es entonces la realidad real? Las diferencias de colores y las sombras me ayudaban a intuir si una montaña estaba delante o detrás de otra en un bello paisaje. Y el ensayo y error, me ayudaba a calcular distancias. Aunque bien es cierto que siempre pensé que debía ser algo torpe, ya que se me caían las llaves cuando alguien me las lanzaba, era incapaz de cortar una loncha plana de queso o de jamón, y de vez en cuando tropezaba con objetos cercanos a mí. Ahora he descubierto que todo ello tenía una explicación.
Con 5 años, y tras algún que otro intento para que mi ojo vago espabilase mediante parches en el otro y gruesas gafas, los médicos aconsejaron a mi madre que me pusiera lentes de contacto a pesar de mi corta edad. ¡Y allí estaba yo, en 1977, siendo un pionero de las lentes de contacto con tan sólo 5 años! En un momento en el que las lentes sólo las usaban algunos artistas de cine, aprendí a ponérmelas y quitármelas, y de nuevo me adapté a la situación con total normalidad. Durante 25 años, las lentes fueron otro apéndice de mi cuerpo.
Con unos 25 años, en una revisión oftalmológica rutinaria, me detectaron un pequeño desgarro retiniano. Parece ser que un ojo tan miope como el mío funciona como un plástico del que extiendes al máximo sus extremos cada vez más: en un determinado momento, el plástico puede crear una fisura o una rotura. Puede pasar a los 5 minutos, o puede suceder a los 30 años. Pero tarde o temprano es fácil que ocurra. De inmediato me aplicaron láser, y el problema quedó zanjado en aquel momento. Aunque desde entonces, procuré asistir a revisiones médicas de mis ojos cada uno o dos años para prevenir. Con 28 ó 30 años, mis ojos empezaron a rechazar las lentes de contacto. Se habían cansado de estar con ellas casi 25 años, a una media de 14-15 horas diarias. Se irritaban y empezaban a escocer. Así que por primera vez, empecé a utilizar gafas.
En 2011, en una de esas revisiones anuales rutinarias, ya en nuestro último domicilio, el nuevo oftalmólogo detectó algo preocupante. "Degeneración pigmentaria en ambos ojos", fue su diagnóstico. Un diagnóstico que, acompañado de la solución que me proponían (30 ó 40 impactos de láser en cada ojo), y de la recomendación  de hacerme un TAC cerebral para descartar males mayores, me generó las mismas palpitaciones que se deben sentir al saltar de un puente. Y no sólo por lo preocupante que sonaba todo. ¿Podría perder también la visión en ese ojo? ¿Esa degeneración significaba que podría quedarme ciego? Recuerdo el enorme desasosiego que sentí volviendo de la consulta del oftalmólogo, pensado cómo explicar a mi mujer con tranquilidad y sin alarmismos algo que realmente me asustaba mucho.
Dado lo rutinaria que pensaba que iba a ser la consulta, había asistido solo, y recorrer los apenas 500 metros desde la consulta hasta el polideportivo donde estaban ella y los niños me resultó interminable. Caminé sin apenas visión tras la agresiva exploración ocular, la correspondiente dilatación pupilar, y la infinidad de pensamientos negativos que mi mente atisbaba. Ir rodeado de gente sin apenas poder verla, tanteando y tropezando con los obstáculos de la calle, y con el peor escenario en mente que podía derivarse de ese diagnóstico, hicieron de esos 5 minutos de recorrido un auténtico infierno. ¿Sería así mi futuro, sin ver a mi alrededor? ¿Era ésa una especie de premonición de lo que podía venir después? ¿Cómo iba a manejarme con 3 niños pequeños? ¿Y mi trabajo? Miles de preguntas y de preocupaciones afloraron en mi mente en esos 5 minutos. Y se me debió notar claramente en el rostro. Mi mujer, desde lejos, intuyó que algo malo había sucedido.
El diagnóstico había sino demoledor. Y no sólo por lo inesperado. Sino porque afectaba también a mi ojo “menos malo”, un super-ojo que había trabajado a destajo durante toda mi vida de estudiante y como profesional, y que quizás se podía estar también resintiendo, dispuesto a abandonarme. Pero como sucede en las grandes crisis, y en los grandes grandes de la vida, uno puede adoptar una actitud miedosa, retraída y victimista ante el problema en ciernes, o puede verlo como una enseñanza, como una oportunidad, o como una ocasión para el combate. Y yo, gracias también a mi mujer, decidí esto segundo. De inmediato pedí a ese mismo oftalmólogo que me aconsejase el mejor especialista en vítreo y retina que conociera para un segundo diagnóstico. No estaba dispuesto a aplicarme esos agresivos impactos de láser sin más. Y nada más llegar a casa estábamos llamando a Barcelona, para reservar cita. La semana siguiente estábamos volando a la ciudad condal para encarar de frente lo que mis ojos tuvieran que decirnos. Se acercaban unas semanas llenas de dolor, de miedo, pero también de milagros. Y cuando los milagros te tocan a ti, te ves obligado a abrir los ojos "de par en par" a lo que quieran decirte.
“Cada día que pasa, sea como sea, me encuentro mejor, o mi problema desaparece”. Esa fue la frase que a modo de mantra me repetía una y otra vez, y que se convirtió en un auténtico descubrimiento y en el acceso a una forma de entender la vida. Viví entonces el enorme poder que el pensamiento positivo y las afirmaciones pueden tener a la hora de crear la realidad. Creer es crear. Y mis problemas graves en los ojos, parecían querer "tirarme de las orejas". Algo debía ver, que no era capaz de ver. Y ya se sabe: "Ojos que no ven..." ¡¡corazón que espabila!!
(CONTINUARÁ)