miércoles, 16 de septiembre de 2015

(Re)Vuelta al cole

Fue sin duda premonitorio. Nuestra entrada como familia en el Sistema Educativo fue "por la puerta grande". Nuestro hijo mayor, que hoy tiene 14, iba a iniciar sus primeras clases de preescolar. Nosotros por aquel entonces vivíamos en Linares y lo apuntamos en un colegio que por calidad y cercanía nos convencía mucho. Por si acaso, planteamos una segunda alternativa en otro centro también cercano, por si no resultaba adjudicatario en ese centro. Para nuestra sorpresa, no le adjudicaron ni en uno ni en otro, sino en otro colegio a kilómetros de distancia y con fama de problemático. Como no salía de mi asombro, me estudié la normativa para ver qué había sucedido. Al margen de las familias que habían hecho "trampas" a través de empadronamientos falsos, al parecer el sistema informático no había recogido la complejidad del sistema de reparto de plazas, y por tanto ni contempló nuestra segunda opción. Pedí reunirme con el Director del Centro y después con el Inspector de Educación, y ambos me dieron la razón. Me prometieron que incorporarían ese "lapsus" que se había producido, me dieron una "palmadita en la espalda" y me agradecieron los servicios prestados por la causa educativa en nuestra región. Pero iba a ser que no. Hubo una "palmadita interruptus". No estaba dispuesto a que mi hijo, y otra veintena de familias más, fueran tratadas como cobayas y tuviéramos que asumir un error ante el que no parecían tener respuesta ni solución.
Empecé a organizar a los padres y montamos una plataforma reivindicativa. Empezamos a recoger firmas y mostramos que no estábamos dispuestos a transigir con una injusticia ante la que nos pedían agachar la cabeza. Nuestra propuesta era montar una unidad o clase más en el centro, dado el crecimiento demográfico que se estaba produciendo en la zona, y el protagonismo que ese centro estaba llamado a ostentar.
Pero nuestra "amada" administración autonómica tenía otros planes: se dedicó a llamar uno a uno a esa veintena de familias, para "bajo cuerda", ofrecerles una "valiosísima" plaza en distintos centros concertados, ¡y a coste cero!. Y como suele suceder en estos casos, el modo "chollazo total" se activó, y al grito de "tonto el último", todas las familias acogieron con los brazos abiertos unas plazas que en otras circunstancias no habrían querido "ni en pintura". Pero así es el ser humano a veces: "mejor pájaro en mano..." Y lo de "la unión hace la fuerza" prefirieron dejarlo para otro día.
Tan sólo nosotros y otra familia, que ya tenía a otro hijo matriculado en el centro, y a la que arbitrariamente habían dejado fuera de la zona de influencia del centro, dijimos un "no" rotundo. Llegaríamos hasta las últimas consecuencias, incluida la no-matriculación del niño ese curso. Además, aproveché y adelanté a la secretaria de la Delegada el borrador de una nota de prensa, que preparé para remitir a los medios de comunicación informando del caso, junto con la invitación al Inspector para debatir en un programa de radio que llevaban unos amigos las "bondades" de aquel sistema de matriculación. Casualmente esta familia y nosotros fuimos los únicos que finalmente tuvimos plaza en el centro en cuestión a las pocas semanas.
Casi 12 años después nos encontramos en otra batalla contra la misma administración educativa de la Junta de Andalucía. Parece que el tiempo ha mejorado poco su gestión. Y de nuevo ayer mismo tuvimos que "enseñar los dientes", anunciando una huelga general de estudiantes y familias, ante unos flagrantes incumplimientos en materia de educación musical en el conservatorio de mis hijos. Algún día contaré los pormenores de esa batalla. Lo que tengo claro es que, como ya nos sucedió hace años, si la causa es justa, no caben atajos, y una administración jamás podrá doblegar a un amplio número de familias, actuando al unísono en defensa de sus hijos, especialmente si tienen claro que no es posible delegar en otros la hermosa tarea de educar a su prole. Como entonces, nos toca una "vuelta al cole" algo revuelta.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Sin fronteras

Lo sé: no es bueno ponerse a escribir cuando la indignación le hace a uno perder el equilibrio y decir cosas que quizás no debería. Pero en este tema hace tiempo que me dí por perdido. Y cuando en un grupo de amigos o en algún medio de comunicación sale la cuestión de la inmigración, y empiezan a dibujarse fronteras, derechos de unos y de otros, pasaportes y argumentos de seguridad de los de aquí...Lo siento, pero pierdo todo sentido de la mesura.
Quien abra en estos días un periódico o vea un telediario y no sienta rasgarse por dentro algo muy profundo ante el enorme drama de los refugiados, quizás deba acudir al especialista y mirárselo. Sobre todo si aún le quedan ganas de argumentar sobre "los derechos de los de aquí", o sobre "si no hay trabajo aquí para todos" o sobre si la "asistencia sanitaria debe ser o no universal"...
Reconozco que hoy se me ha roto algo en el pecho cuando he visto la foto de ese niño, que apenas sabría andar, tendido boca abajo, muerto sobre la arena de una playa de Turquía. No he podido evitar imaginarme a cualquiera de mis tres hijos en una situación así. Y ante eso, no entiendo que haya quienes hablen de "reparto de cuotas de refugiados" y de "solidaridad con condiciones", en un manejo obsceno del ser humano como mero ganado o mercancía.
Prefiero tornar mi indignación en esperanza al conocer en primera persona casos como el de Adama, un chaval acogido por nuestro querido Héctor en su propia casa, y cuya visita esperamos con muchas ganas próximamente. Adama es natural de Costa de Marfil. Se fue con su hermano a la capital, Abidjan, a buscarse un futuro, y con 16 años se coló de polizón con otro amigo en un carguero de frutas a la busca de un futuro sin destino concreto. Al cabo de unos días desembarcó en lo que resultó ser Marsella, y buscando algún conocido de algún conocido, tomó un autobús para Bilbao. En la parada de Vitoria su desconocimiento del castellano y su inocencia le delataron como inmigrante ilegal, y acabó con sus huesos en un centro de internamiento para menores inmigrantes. De allí acaba de salir recién cumplidos los 18, y gracias al acogimiento de Héctor, se está forjando un futuro. No necesita caridad ni ninguna solidaridad paternalista. Sólo necesita una oportunidad, que por haber nacido unos kilómetros más allá de una raya mental que nos hemos inventado, se le niega. Y bien que la está aprovechando el bueno de Adama, todo un "crack" en los cursos de camarero y atención domiciliaria que ha realizado.
Estoy convencido que Adama saldrá adelante, y que en breve le contratarán y podrá ir regularizando toda su situación. Porque Héctor confió en él y porque está aprovechando la oportunidad que le ha dado la vida, que no es precisamente el ser futbolista, como reza en su pasaporte y en el de tantos chavales africanos engañados con ese absurdo negocio. Su sonrisa, su cercanía y su inocencia son un regalo, aunque durante el rato que compartimos con él, noté el peso de las miradas recelosas de su color de piel, mientras mis hijos se quedaban impresionados por su testimonio. Él sólo mira para adelante. Sólo quiere hacer las cosas bien. No da ningún mérito a su hazaña frente a tantos compañeros que se juegan la vida en las pateras.
Deseo con fuerza que cada vez haya menos fronteras (sobre todo mentales), menos niños tirados en una perdida playa, y más casos como el de Adama. No va a depender de gobiernos "salvapatrias". Más bien de que haya muchos "Héctor" dispuestos a "acoger al forastero" (Mt, 25,35) y a actuar "de igual a igual" con el prójimo.