viernes, 31 de octubre de 2014

Dilemas laborales: ¿aceptar o luchar por servir?

Trabajo en una Oficina de Empleo. Podría ser un gran trabajo de servicio al prójimo. Pero sólo estamos para atender estadísticas de tiempos de espera y servicio. Nada de una atención a fondo y una ayuda de corazón. Sólo números y más números: nada de personas. Los funcionarios se apoltronan en su sueldo seguro y los desempleados se acostumbran a una dinámica esclavizante de venir a "sellar" y "esperar a que les llamen", cosa que casi nunca pasa. La mayoría sucumbe y renuncia a la libertad, en lugar de afrontar su situación con plena responsabilidad.
Me sentí muy frustrado cuando entré aquí. Me considero una persona inquieta y pensé que este trabajo suponía un "parón" en mi progresión profesional. Se me ocurrían infinidad de iniciativas para dinamizar a los miles de desempleados a los que atendemos, que necesitan más de motivación que de clasificaciones y bases de datos totalmente inútiles. Expuse mis propuestas incluso por escrito. La respuesta fue clara: no se me paga por pensar, sino por repartir tarjetas. Me quedé helado al principio, y luego durante varias semanas me dominó el mal humor por lo que consideraba un desperdicio injusto de recursos.
Más tarde, se produjo el "click" en mi interior, y entendí que debía aceptar la situación, no aferrarme a lo que yo consideraba que "debería" hacerse, y domar a ese ego tan "crecidito" que a veces tengo. Aceptación, aceptación y aceptación. Y se obró el milagro. Me centré en atender con toda mi energía y dedicación a cada desempleado en los pocos minutos que estuviese con él o ella. Decidí apelar sólo a mi conciencia yendo más allá de las directrices o políticas de turno. Y entendí que la situación podía tener mucho de aprendizaje para mí.
Así he estado los últimos 18 meses. He aprendido a sosegar mi obsesión por cambiar las cosas y por hacer, hacer y hacer. He aprendido a vivir el momento exclusivo con cada desempleado/a al que atendía. Por el camino me he encontrado con el regalo de poder reducir mi jornada laboral y dedicar ese tiempo y esas energías a proyectos sociales y de transformación. Me siento más libre, menos dependiente de la imagen social que representa el trabajar en una u otra cosa, y mucho más cercano a lo que soy al desnudo, "sin trampas ni cartón". Estoy simplemente atento al presente y lo que éste pueda deparar.
Ese presente volvió a hacerme una llamada al servicio hace unos pocos días. Se acababa de convocar una plaza de alta dirección en mi zona. Los requisitos cuadraban al 100% con mi perfil, y desde ese puesto podría articular notables cambios en las políticas de empleo en mi comarca. Sé que tengo pocas opciones y menos padrinos para presentarme. Pero lo hice, y además llevé mi diagnóstico de la situación de la comarca y mis propuestas para introducir cambios por escrito a uno de los máximos jefes de la provincia, al que le pedí una cita. Su cara era un poema. No sólo por mi osadía de presentarme al puesto (que lógicamente ya tiene nombre desde hace tiempo) sino por mi crítico análisis. No se podía creer lo que escuchaba.
Sentí que debía dar ese paso. Seguramente haya sido inútil. Quizás, incluso, lastre mi futuro en esta Administración. Poco me importa. Creo que mi presente me llamaba a ello. Y de hecho, me preocupó más notar mi pérdida de paz y la vehemencia con que defendí mis argumentos que las posibles consecuencias de mi atrevimiento. Sin duda mi ego volvió a aflorar en esa reunión, aunque fuera defendiendo la necesidad de centrarnos en servir al prójimo.
Creo que debo seguir por el camino de la aceptación. Creo que debo estar muy atento al presente. Y creo que esa aceptación y ese presente me ofrecerán ocasiones continuas de servir al prójimo. Creo que para eso estamos aquí. Tan sólo espero no perder la paz por el camino.

viernes, 24 de octubre de 2014

Soplos cotidianos de ternura

A veces internet te conecta con la esencia del ser humano. Eso nos pasó hace unos días con facebook. Jamás nos habían compartido tanto una foto ni había recibido tantos "me gusta". Se trataba de una foto de mi hija durmiendo. Cierto es que era entrañable. Y que la niña es preciosa (¡qué va a decir un padre!). Pero esa enorme adhesión a la foto poco tenía que ver con una imagen de poca calidad y casi en penumbra. Tenía mucho más que ver con la magia del gesto que escondía. En ella se veía a mi hija de 8 años, dormida sobre su almohada, en penumbra, junto a un gran lazo rosa sobre la almohada y una nota manuscrita: "Os quiero papi y mami".
Creo que lo que fascinó a tantas personas fue imaginarse las secuencias previas: mi hija buscando y preparando su lazo y su nota a escondidas, coloreando sus corazoncitos, y
colocando cuidadosamente la nota y el lazo en una parte de la almohada donde los pudiéramos ver cuando fuésemos a darle el segundo beso de las buenas noches, una vez ya dormida. Era su regalo sorpresa para despedir el día. Y si imaginarse sus preparativos resulta tan entrañable, lo es aún más el hecho de que ella sabía que no iba a poder saborear la sorpresa y el agradecimiento en nuestras caras. Sabía que iba a estar dormida. Eso hacía la imagen cautivadora.
Los niños nos conectan con más frecuencia de la que nos damos cuenta con la esencia de la vida. Son un soplo cotidiano de ternura. Y no siempre estamos atentos para cerrar los ojos y disfrutar de esa brisa embriagadora. El silencio y la oscuridad de la noche del otro día, junto a los ojos dormidos de Eva, obraron el milagro. Un milagro que, compartido por facebook, abre las puertas de nuestras almas. Porque en un gesto tan sencillo, se esconde, quizás, la esencia de la vida: el amor incondicional. Aquel que no espera nada a cambio. Ni siquiera una cara de admiración, alegría y sorpresa. Sólo dar. Y en ese "dar", recibirlo todo sin buscarlo.

domingo, 19 de octubre de 2014

El miedo: lo mismo para un roto que para un descosido

No hace mucho leí una frase que desde entonces no para de rondarme en la cabeza: "El miedo es el gran enemigo de la libertad". Hasta entonces no se me había ocurrido ligar esos dos conceptos: Miedo y Libertad. Pero desde entonces cada vez me siento más identificado con esa afirmación. 
Es cierto que cada vez que se quiere manejar a la masa o condicionar comportamientos, el recurso al miedo resulta muy útil:
-Que quieres que tu niño coma: cuidado que viene el coco. 
-De joven, "miedo al qué dirán" según lo que lleves puesto o lo que hagas.
-De adulto, trabaja, a ver si no vas a poder pagar la hipoteca y te vas a quedar en la calle.
-Que temes perder unas elecciones: haz que cunda el miedo a las apocalípticas consecuencias de que ganase tu contrincante.
-Que tú, Gobierno, quieres distraer a la opinión pública por algunas "meteduras de pata": señala a un enemigo exterior al que temer.
-Que tú, religión de turno, quieres uniformar y controlar comportamientos: anuncia el fuego eterno y la ausencia de reencarnación.
-Que tú, multinacional farmacéutica, necesitas vender más. Magnifica algún brote de la enfermedad a tratar y que cunda el pánico. Funcionó con la Gripe A. Funcionará con el ébola. El miedo causa amnesia colectiva.
Casi se está volviendo en una obsesión en mí, ya que en muchas de las conversaciones que escucho en mi día a día percibo que la energía que subyace es de miedo: al "qué dirán", a "no llegar a fin de mes", al futuro para nuestros hijos, a perder el trabajo, a la próxima reforma del gobierno, a la prima de riesgo o al hundimiento de la banca, a una pandemia, al inmigrante que nos invade, a pederastas que amenazan a nuestros hijos, a lo que puede pasar si saco a mi hijo del sistema educativo o si no lo vacuno...
Por suerte, cada vez suena más fuerte en mi cabeza ese "niiiiiiinoooo, niiiiiiiinoooo". Esa alerta anti-miedo, que me avisa de una posible amenaza sobre mi libertad.
Cuidado. Sirve lo mismo para un roto, que para un descosido. El miedo funciona. Pero la libertad interna también, incluso si nos encierran en una mazmorra.

sábado, 11 de octubre de 2014

Desaprendiendo lo aprendido: la historia de mi vida

Dicen que al mundo hemos venido a aprender. Yo no acabo de estar muy de acuerdo. Más bien creo que hemos venido a recordar. Recordar la esencia de nuestro ser. Yo, en esa senda del recuerdo, precisamente he tenido que hacer lo contrario: desaprender y desprogramarme.
Con 16 años mi programación era clara: es momento de estudiar, sacar buenas notas, encarrilar una buena carrera profesional...las novias para más adelante. Ahí tuve mi primer cortocircuito. Hice caso a la intuición y a las primeras noches sin dormir de mi vida. Hoy llevo 27 años con mi compañera de viaje en ese recordar lo que soy.
Al acabar la Universidad, nuevo dilema: aprovechar o no mi teórica formación de élite y meterme de lleno en el mundo de las "alfombras rojas" y de la gran multinacional. Desaprendizaje al tanto. Nuevo cortocircuito. En este caso hice caso a la opción que creía que me daba más libertad. Cuatro grandes posibilidades de ascenso meteórico a la basura. Frustración familiar. Se suponía que había estudiado tanto para conseguir esos "puestazos".
Me adentro en el mundo del emprendimiento social. Aunar empresa y ayuda al prójimo está bien. No está nada bien pagado, pero sí está bien visto. Quizás tan bien visto que engorda el ego. No acabo de ser feliz. ¿Quizás sigo preso del "qué dirán"? Toca desprogramarse de nuevo. Hay que dejarse guiar por la llamada de la felicidad.
Etapa dura laboralmente. Muchas puertas cerradas. Tanto esfuerzo..¿para qué? La vida me llama a priorizar. Es momento de ser padre. Replanteamiento de lo aprendido.
Con 27 años, un nuevo trabajo me trae la ilusión por innovar, y un reconocimiento no pretendido incluso en medios de comunicación. La gente me reconoce por la calle. Cuidadín, cuidadín, ego mío... Intrigas políticas y luchas de poder. No quiero estar por medio. Toca renunciar aunque haya triplicado mis objetivos y las cosas vayan tan bien. Nuevo cortocircuito a lo aprendido.
Etapa en el desempleo. Buena cura para un ego reforzado por dos carreras de prestigio y ofertas en bufetes y empresas internacionales. ¿Realmente ha valido la pena tanto esfuerzo y estudio? ¿No es el hombre el que debe proveer a la familia en vez de limpiar pañales? La mente por un lado y la sensación de plenitud por mi hijo por otro. Seguimos desaprendiendo.
El segundo y la tercera hija no tardan en llegar a casa. Familia numerosa. Toca reubicar el papel del trabajo y de la familia en mi vida. Juré y perjuré que jamás sería funcionario. Me gusta innovar, crear desarrollo e impulsar mis iniciativas. Ser funcionario se aleja bastante de eso. Cortocircuito "al canto". Busco dedicación a la prole y tiempo de calidad con mis "enanos". Toca estudiar de nuevo, y desandar mis afirmaciones.
Ya soy funcionario. Trabajo estable. Cierto equilibrio entre familia y trabajo. No muy realizado laboralmente, pero ya habrá tiempo para la excedencia cuando los niños crezcan. Será entonces cuando desarrolle, quizás, mis inquietudes profesionales. Todo parece encajar racionalmente. Quizás por ello, ¡nuevo cortocircuito al sistema! Grave enfermedad terminal en mi madre. No estoy preparado interiormente. Toca limpiarse por dentro.
Hasta entonces, había ido domando mi raciocinio con pincel. Ahora toca el bulldozer. Me enfrento a la gran asignatura de mi vida: aprender a ser libre de verdad. Desandar lo andado, desaprender lo aprendido, desprogramar lo programado. Romper con el papel de niño bueno, responsable, aplicado y solidario de mi vida, y empezar a SER, más allá de roles y expectativas.
Empiezo desde la casilla de salida. Pero la carga es mucho más liviana. Me he quitado mucho peso de encima. Y al vaciarme, he dejado hueco para el recuerdo de lo auténtico. Desde ahí se han abierto muchas ventanas. A veces con una actitud combativa y de lucha contra tanta injusticia. Y quizás últimamente siendo más consciente de que el Sistema somos todos, y mientras no nos reprogramemos cada uno...¡chungo! Paso del "luchar contra" al "construir para": no se trata de destruir lo caduco, se trata de que lo nuevo lo haga caer por sí solo.
Cada experiencia vivida con consciencia se convierte en un motivo para la reprogramación. Lo que antes habría sido una frustración laboral (pasar de perseguidor de fraude fiscal a gran escala a simple repartidor de tarjetas en una oficina de empleo) se convierte ahora en un proceso de reprogramación de mi ego y soberbia. Aprendo lo que es la aceptación, que no la resignación. Y da igual si ese "desaprender lo aprendido" venga de un chaval de 16 años, de mi fontanero, de una cigüeña, de la bisabuela o de mis hijos. Es momento de tomar mayor conciencia de lo que me alimenta, del sentido de mi trabajo, de lo que me transmiten los medios de comunicación, del dominio de mis miedos para ser cada vez más libre, de la escasa importancia del dinero y los bienes materiales....El aire fresco empieza a entrar. Empiezo a recordar.

lunes, 6 de octubre de 2014

De la mansedumbre a la indiferencia

Estamos convencidos que es momento de compartir, compartir y compartir. Por eso queremos poner a disposición de nuestros amigos, nuestro principal altavoz en ese compartir, que es este blog. Aquí este primer gran post de nuestra amiga Marga, comentarista habitual de otros posts nuestros:

"Si algo bueno ha tenido esta crisis, es que ha venido acompañada de un replanteamiento del modelo de vida y de sociedad que tenemos. Y cuando digo "crisis" no me refiero solo a la crisis económica: es todo un modelo social y estructural el que, no solo está "obsoleto" como dicen muchos, sino "viciado" desde el mismo momento en que se ideó. Para afirmar esto que digo, he tenido que recorrer un largo camino, muy duro porque he tenido que enfrentarme a realidades inimaginables y muy dolorosas. En el camino, he conocido a gente con diferentes inquietudes, que me han ido abriendo los ojos sobre diferentes realidades, me han pasado lecturas y vídeos con los que he seguido aprendiendo. Al final, tras descubrir que no hay más verdad que TODO ES MENTIRA, y por una cuestión de salud mental y física, decidimos apartarnos en la medida de lo posible de este sistema y acercarnos a lo esencial: la tierra. Viviendo en el campo, al ritmo que marca el sol y las estaciones, uno descubre que forma parte de un todo, que la vida es mucho más sencilla de cómo nos la habían pintado y se empieza a valorar todo aquello que hasta ahora no se había apreciado: el rayo de sol que calienta, el agua que uno bebe, la brisa que refresca o el aroma del tomillo con el rocío de la mañana. Esta simbiosis con la naturaleza me ha llevado a ser una persona más pacífica y sosegada, más sana y , sobre todo: ¡más feliz!

No obstante, si hoy estoy escribiendo estas líneas es porque no he podido cortar definitivamente con la sociedad, pues como lo habréis adivinado: ¡tengo internet! He reflexionado mucho acerca de cómo desconectar definitivamente de la sociedad o, como decía Quino en boca de Mafalda: "Paren el mundo, ¡qué me quiero bajar!", pero no he encontrado el modo. He pensado en las sociedades paralelas, como los Amish o en otros modelos a los que siempre se acaba denominando peyorativamente "sectas" y he llegado a la conclusión que si se les permite existir es porque la Sociedad con "s" mayúscula los tolera y si hay "tolerancia" es porque existe subordinación, pues no se puede hablar de "tolerancia" entre iguales. Es decir, que haga lo que haga, siempre estaré supeditada al Sistema. Luego, solo quedan dos opciones: o lo acepto o intento cambiarlo.

A lo largo del camino, he descubierto con alegría que la gran mayoría de las personas que conforman la sociedad no abriga maldad. En cambio y por desgracia, sí que vive con miedo, desinformada, programada para no pensar, de tal manera que vive aborregada. Entonces: ¿cómo intentar un cambio en estas condiciones? Creo que la única forma es abriendo los ojos, para volver a ser seres racionales y siguiendo un proceso similar al que narraba al inicio. Por ello, es nuestra obligación informar y hablar con nuestros semejantes sobre todo aquello que hoy ya sabemos, sea sobre alimentación, control mental, falacias sobre terrorismo, etc., pues de diez, quizás ocho pasen de largo al estar tan mermada su capacidad de pensar, pero tal vez en dos ciudadanos se despierte la curiosidad y, siguiendo ese proceso de investigación, acaben ellos también necesitando cambiar el paradigma.

Para alguien que vive en el campo, hablar de estos temas sería, a priori, tan absurdo como innecesario, pues reitero que soy mucho más feliz en mi mundo, sin tener que sufrir reviviendo las obscenidades del Sistema cada vez que las comento con un conciudadano. Leí anoche en un post titulado: "Bienaventurados los mansos", que cuando uno vive rodeado de naturaleza, resulta fácil dejarse hipnotizar por ésta, aunque corra el riesgo de volverse "manso" y deje por ello de luchar por doblegar las circunstancias. No puedo estar más de acuerdo: fácil, sí que es, pero: ¿debo permitir que esa mansedumbre me lleve a la indiferencia? Tal vez, el día que definitivamente me desconecte de la red, eso ocurra. Mientras tanto, tengo una responsabilidad con mis semejantes."

miércoles, 1 de octubre de 2014

Nuestros hijos: ¿dentro o fuera del sistema?

Hace unos días, yendo los cinco en el coche, tuvimos quizás una de las conversaciones más determinantes en la vida de nuestros tres hijos. Fuimos muy transparentes con ellos. Nos estamos planteando muy en serio que a final de curso abandonen el colegio o el instituto, y durante algún tiempo, educarles en casa o viajar por el mundo con ellos. Es algo que les llevamos planteando desde hace tiempo, pero a los dos mayores les entró el pánico.
A cualquiera de nuestros amigos o familiares que esté leyendo esto, quizás le pueda parecer una aberración que saquemos del sistema a unos niños con las notas que sacan los nuestros, compaginándolo además con el violín, piano o flauta travesera según cada caso, y además practicando cada uno su deporte correspondiente. ¿Tan hippies o snobs somos?
Para nosotros no es cuestión de que sus resultados o su adaptación a la escuela esté por encima de la media. Es cuestión de que no creemos en esta escuela. Ya en otro post hablamos de ello, aunque son muchos los "por qué": porque está pensado para competir en el mercado laboral y no para ser felices; porque está basado en la repetición reiterada de conceptos a lo largo de los años avanzando sólo milímetros de un curso para otro; porque no desarrolla el pensamiento crítico sino el "aborregamiento"; porque no despierta la creatividad ni atiende a la peculiaridad de cada uno, sino que los trata a todos iguales como en una cadena de producción; porque con demasiada frecuencia se convierte en un espacio de adoctrinamiento, como se evidencia en los intereses políticos tras cada reforma educativa; porque salvo honrosas excepciones, el profesorado traslada su mediocridad a su alumnado, no por culpa propia, sino porque está también educado en ese mismo sistema, que les impone además una burocracia de la que es muy difícil escapar; porque los propios padres ven a la escuela como un lugar donde "aparcan" a sus hijos, delegando totalmente la educación en el profesor, cuando el principal espacio de educación nunca debería dejar de ser la familia; etc, etc, etc
Desde hace años, estas y otras muchas razones nos han llevado a discusiones con profesores, y a tomar partido en la asociación de madres y padres, tratando de impulsar una educación distintas desde ahí... Al final dimisión al sentir que nuestra posición era no ya minoritaria sino casi única, y por lo tanto no representativa...
Tenemos varias parejas cercanas y de amigos que sí se han salido del camino "habitual": alguna de ellas ha optado por la escuela rural, donde sin duda, se experimentan cambios; otra educa a sus hijos en casa y les buscan clases p.ej. de baile y artes marciales; y otras dos han optado porque la mejor escuela sea el mundo, y viajan continuamente aprendiendo de todo lo que viven a su paso. Hablándolo con estas parejas, la alternativa es clara: en casa y en familia, tú priorizas y personalizas la educación y los valores que les transmites a tus hijos, pero con un coste: su socialización se ve afectada claramente, y en algunos de esos casos, los niños se sienten algo solos y con necesidad de amigos, salvo que entren en un desenfreno de actividades extraescolares.
Si no hemos optado antes por alguna de estas opciones de nuestros amigos, es precisamente por eso: porque nuestros hijos son extremadamente sociables, y preferíamos una labor de contra-programación de lo que aprendían en el "cole" que no nos gustaba, con tal de que pudieran mantener unos círculos de amigos que también les enriquecen. Pero se van haciendo mayores, y empiezan a aparecer tics, que nos preocupan, y que son incompatibles con nuestra visión como familia: malos modos y actitud de confrontación, ausencia de disponibilidad e iniciativa para "arrimar el hombro" en casa, preocupación por el "qué dirán", obsesión por las marcas o las pantallas, falta de generosidad...
La contra-programación se hace cada vez más ardua y difícil por su energía y capacidad de argumentación. Y de ahí que hayamos expuesto abiertamente nuestra preocupación, y la toma de decisión como familia. No como castigo, sino como una decisión importante que debemos tomar, teniendo en cuenta sus pros y contras. Ellos conocen bien lo que opinamos de este sistema educativo, y saben que estamos dispuestos a corregir en casa lo que se pueda de él. De hecho ya estamos viendo vías de homologación y apoyo como WRA o CLONLARA. Si ellos no hacen el esfuerzo para filtrar lo nocivo de ese sistema a la luz de los valores de casa, y tratan de reproducir lo que ven en sus amigos y profesores sin ningún espíritu crítico y de construcción de alternativas, no tendremos más remedio que "coger el petate". Nuestras circunstancias laborales cada vez son más propicias para ello. Y cada vez nos atan menos cosas a cualquier lugar o forma de vida. Cuando han estado en entornos propicios como O Couso o conviviendo en casa con nuestro amigo peruano, no sólo no aparecieron nunca esos tics, sino que sacaron lo mejor de sí mismos. Es momento de optar. La decisión es importante.